En las áridas laderas de Sudáfrica crece un grupo extraordinario de plantas que desafían las leyes de la biología: pueden morir aparentemente durante meses y resucitar en horas con solo un poco de agua. La Dra. Jill Farrant, quien las descubrió de niña, ahora lidera una investigación pionera en la Universidad de Ciudad del Cabo para descifrar sus secretos genéticos. Su objetivo es ambicioso: aplicar estos mecanismos de supervivencia en cultivos básicos como el maíz y el trigo, en un mundo donde el cambio climático amenaza con dejar vastas regiones agrícolas inservibles.
De las 352,000 especies de plantas con flores conocidas, solo 240 poseen esta capacidad única. Estas «resucitadoras» —como Myrothamnus flabellifolia y Xerophyta viscosa— pueden perder hasta el 95% de su agua, volviéndose crujientes como papel, y recuperarse completamente tras la rehidratación. El secreto está en su habilidad para:
- Reemplazar el agua con azúcares que vitrifican sus células, creando un estado similar al vidrio
- Desmantelar y reconstruir su maquinaria fotosintética al detectar sequía
- Producir proteínas «chaperonas» que protegen sus estructuras celulares
«Es como si tuvieran un manual de emergencia escrito en su ADN que la mayoría de las plantas ha olvidado», explica Farrant. Este manual, curiosamente, usa los mismos genes que permiten a las semillas permanecer latentes por años, pero que en estas especies se mantienen activos en plantas adultas.
Por qué los cultivos modernos son vulnerables
La Revolución Verde del siglo XX priorizó variedades de alto rendimiento en condiciones ideales, sacrificando resiliencia. Mientras un campo de maíz colapsa con un 30% de pérdida hídrica, estas plantas sobreviven con menos del 5% de agua. El problema es crítico: en 2023, sequías en EE.UU. causaron pérdidas por US$16.600 millones, y modelos predicen que para 2100, grandes zonas de África y Sudamérica podrían volverse improductivas.
«Estamos ante una paradoja: necesitamos más alimentos, pero las tierras cultivables se reducen. Sin cambios radicales, la agricultura migrará forzosamente a Siberia y Canadá», advierte el científico Henk Hilhorst.
De la ciencia ficción a los campos
El enfoque más prometedor implica «reactivar» genes latentes en cultivos mediante edición genética CRISPR, sin introducir ADN externo. Experiencias preliminares son alentadoras:
- En 2018, un gen de Xerophyta viscosa hizo que boniatos resistieran 12 días sin agua sin afectar su crecimiento normal
- El teff etíope —un cereal clave— comparte el 90% de sus genes con Eragrostis nindensis, una planta resurrección, lo que facilita transferir rasgos como la producción de «protector solar» natural contra la sequía
- Investigadores exploran probióticos con microbios de raíces de estas plantas para mejorar la resistencia hídrica
Sin embargo, persisten desafíos. «Activamos genes de tolerancia, pero a menudo reducen el rendimiento. Necesitamos interruptores genéticos que actúen solo durante sequías», señala la Dra. Julia Buitink del INRA Francia.
Una carrera contra el reloj climático
Mientras la ciencia avanza, fenómenos como las «sequías repentinas» —períodos áridos impredecibles— ya afectan a agricultores. El equipo de Farrant trabaja también en soluciones inmediatas:
- Microbiomas: Aislar bacterias y hongos de raíces de plantas resurrección para crear biofertilizantes
- Cultivos puente: Promover cereales resilientes como el teff, aunque produzcan menos que el trigo
- Educación: Enseñar a agricultores a usar variedades tradicionales más resistentes
«La naturaleza tiene las respuestas. Solo debemos aprender a leerlas», reflexiona Farrant, cuyo trabajo podría significar la diferencia entre campos fértiles y desiertos en las próximas décadas. Mientras tanto, estas plantas zombis —testigos silenciosos de la resiliencia evolutiva— guardan en sus genes una posible solución a uno de los mayores desafíos de nuestra era.