Entre la maleza de un bosque tropical o revolviendo basura en una calle de Guadalajara, el tlacuache —ese animal de hocico puntiagudo y cola lampiña— es mucho más que un sobreviviente urbano: es un ingeniero ecosistémico, un controlador natural de plagas y el único marsupial nativo de México. Con seis especies distribuidas desde Tamaulipas hasta Chiapas (incluyendo al raro tlacuachillo acuático en peligro de extinción), estos mamíferos nocturnos llevan 60 millones de años perfeccionando el arte de la adaptación, pero hoy enfrentan amenazas letales: la destrucción de su hábitat, la caza furtiva y la desinformación que los estigmatiza como «ratas gigantes».
Lejos de ser roedores, los tlacuaches (familia Didelphidae) son primos lejanos de los canguros. Las hembras cargan a sus crías en una bolsa marsupial durante semanas, y cuando estas crecen, se aferran a su espalda usando la cola prensil. Su sistema inmunológico es tan resistente que neutraliza venenos de serpientes como la coralillo o cascabel, y su estrategia de defensa es digna de Shakespeare: fingen estar muertos (tanatosis) con tal realismo que incluso emiten olor a descomposición.
En México habitan especies como:
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Tlacuache común (Didelphis virginiana): el más adaptable, visto incluso en CDMX.
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Tlacuachillo acuático (Chironectes minimus): el único marsupial acuático del mundo, en riesgo por contaminación de ríos.
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Tlacuache cuatro ojos (Philander opossum): reconocible por las manchas blancas sobre sus ojos.
Un solo tlacuache puede devorar hasta 5,000 garrapatas al año, además de alacranes, cucarachas y ratones. En zonas rurales de Yucatán y Veracruz, donde se les llama «zorritos», los agricultores los valoran por limpiar cultivos de insectos. Sin embargo, en ciudades son víctimas de persecución: su mala vista los hace tropezar con humanos, quienes los confunden con animales agresivos o enfermos. «Matarlos es un error ecológico», advierte el biólogo Rodrigo Medellín: «Son vecinos silenciosos que nos protegen de plagas peligrosas».
En mercados de Oaxaca y Puebla aún se venden clandestinamente como «remedios» para artritis o infecciones, pese a que su comercialización está prohibida. El tlacuachillo acuático —que habita ríos limpios de Chiapas a Durango— ha perdido el 40% de su hábitat por contaminación hídrica. Mientras, la expansión urbana fragmenta los corredores naturales de especies como el tlacuache norteño, obligándolos a refugiarse en alcantarillas.
Dónde verlos (y cómo ayudarlos)
Los mejores sitios para observarlos responsablemente son:
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Reserva Sian Ka’an (Quintana Roo): hogar del tlacuache yucateco.
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Selva Lacandona (Chiapas): último refugio del tlacuachillo acuático.
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Área de Protección Flora y Fauna Corredor Biológico Chichinautzin (Morelos): donde el tlacuache de orejas blancas ayuda a regenerar bosques.
Para coexistir con ellos en ciudades, expertos recomiendan:
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No alimentarlos (alteran su dieta natural).
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Instalar cercas que impidan su acceso a gallineros.
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Reportar avistamientos en plataformas como Naturalista para monitorear sus poblaciones.
Estos antiguos habitantes de América —testigos de la era de los dinosaurios— hoy dependen de que reconozcamos su valor. Como escribe el poeta maya Briceida Cuevas: «El tlacuache no es plaga, es memoria viva de la tierra». Protegerlos es preservar un eslabón único en la cadena de la vida mexicana.